Leyenda de Guillén y Felicia
Publicado por Unknown , miércoles, 30 de julio de 2014 9:47
Sucede y se cuenta sobre todo en Obanos (El Misterio de Obanos Navarra). (Narrada por Guillén)
Cada mañana, al despertar, mi apreciada hermana Felicia y yo, Guillén, salíamos a pasear por los jardines de palacio en Aquitania y compartíamos sueños acerca del día en que ella contrajese matrimonio con un poderoso noble, garantizando así las riquezas de nuestro ducado.
Siguiendo la tradición familiar de peregrinar a Santiago, como un día hiciera Guillermo X, Felicia nos anunció que también ella deseaba emprender la ruta jacobea antes de desposarse, y así lo hizo. Pero de regreso a casa, sintiendo en su alma el ansia de la ayuda al prójimo, decidió quedarse recluida como sirvienta en una pequeña localidad navarra, llamada Amocáin.
Al enterarme de su decisión, fue tal el despecho y el coraje que sentí, que en cada rincón de palacio se escucharon mis gritos. Sin poder controlar mi desesperación, fui en su busca. Al encontrarla, y ante su negativa de regresar a palacio conmigo, una incontrolable furia se apoderó de mí y acabé con su vida. Angustiado y arrepentido, emprendí mi peregrinación a Santiago implorando perdón. De vuelta a mi hogar, desconsolado, decidí levantar una ermita en el alto de Arnotegui, donde quedaría orando en soledad el resto de mis días.
El cuerpo de mi hermana, fue trasladado a una localidad próxima llamada Labiano, donde a sus gentes, desde entonces curan sus dolores de cabeza venerando sus reliquias. Hoy es el día en que aún lloro la pérdida de mi querida Felicia.
Al enterarme de su decisión, fue tal el despecho y el coraje que sentí, que en cada rincón de palacio se escucharon mis gritos. Sin poder controlar mi desesperación, fui en su busca. Al encontrarla, y ante su negativa de regresar a palacio conmigo, una incontrolable furia se apoderó de mí y acabé con su vida. Angustiado y arrepentido, emprendí mi peregrinación a Santiago implorando perdón. De vuelta a mi hogar, desconsolado, decidí levantar una ermita en el alto de Arnotegui, donde quedaría orando en soledad el resto de mis días.
El cuerpo de mi hermana, fue trasladado a una localidad próxima llamada Labiano, donde a sus gentes, desde entonces curan sus dolores de cabeza venerando sus reliquias. Hoy es el día en que aún lloro la pérdida de mi querida Felicia.