Peregrinas
Publicado por Unknown , domingo, 5 de octubre de 2014 9:24
PEREGRINAS ILUSTRES POR EL CAMINO DE SANTIAGO
“No pido riquezas, ni esperanzas, ni amor, ni un amigo que me comprenda; todo lo que pido es el cielo sobre mí y un camino a mis pies”, declaró en una ocasión R. Louis Stevenson. Posiblemente, la mayoría de las personas que han vivido la experiencia del Camino de Santiago, se identificarían con la declaración del genial autor. Mucho se ha escrito sobre esta ruta mágica. Conocido también como el Camino de Europa o el Camino de las estrellas, se trata de una de las rutas viajeras y espirituales más importantes y enigmáticas de Europa. Forjador de leyendas, escenario de encuentros inesperados, vehículo también, de la exploración interior de quien lo realiza, el Camino es ante todo un fenómeno que desde la antigüedad, desborda las simples fronteras de Europa, y podríamos decir del mundo...
Cita:
“Este no es un viaje cualquiera, es una experiencia existencial, la emoción de llegar a un lugar santo no puede explicarse en palabras” Dama germánica anónima. Camino de Santiago en la Edad Media
La palabra “peregrino”, que deriva de la latina peregri o «en el extranjero», designa a quien se adentra en tierras extrañas en busca del cambio interior. Se peregrina, se camina para llegar “más allá” de uno mismo, no sólo física sino también espiritualmente. Por ello, desde muy antiguo, enterrar a lo largo de los caminos ha sido la manera de expresar la creencia en la otra vida. Esta es una costumbre antiquísima, común a muchas religiones, pero en el caso cristiano la peregrinación tiene algunos matices: en vez de colocar los muertos a lo largo del camino, en el caso de Santiago de Compostela es el sepulcro del santo el que genera el camino. A partir de aquí, el sepulcro de Santiago ha atraído a decenas de miles de peregrinos y peregrinas de todo el mundo.
Ya desde la antigüedad, el grito común a todos los peregrinos con el que se daba la orden de partida en cada etapa o se animaba a los desfallecidos, era ¡ultreia!, algo así como el ¡adelante! o el plus ultra como grito de combate o avanzada. Desde la instauración de esta costumbre, muchas mujeres emprendieron el camino al grito de !ultreia!, dejando después testimonio de sus aventuras.
Lejos de lo que se cree, el Camino es mas transitado por mujeres que por hombres. Quizás la razón radica en su capacidad de provocar una transformación interna, en propiciar ese viaje interior, al que la mujer suele ser mas proclive cuando experimenta un cambio de escenario. Muchas de las mujeres que lo realizan, son impulsadas por promesas, búsqueda de respuestas interiores, la necesidad de capturar un poco de magia durante esa experiencia que les pone en contacto directo con la naturaleza y cambia su modo de pensar, su opinión sobre ellas mismas, o les hace olvidar o al menos superar, algunas cuentas pendientes con su vida. “Tenía la sensación de un desierto de tiempo, de miedo ante la nada. Tomaba garantías para no sentirme sola, para no tener que enfrentarme a mí misma, o simplemente para convivir conmigo sin ayuda exterior” (Castillo Cuberos, peregrina por el camino de Santiago). Recogemos sus palabras sencillas y luminosas en los diarios que han dejado, y a medida que descubrimos el precio físico y psicológico que pagan, leemos sus relatos como si fueren una especie de homenaje a ellas mismas. Mujeres que escapan de las comodidades y la rutina de sus vidas cotidianas para lanzarse en brazos de lo inesperado, que enfrentan unas dificultades y situaciones desconocidas pero que sostienen firme la bandera de su tenacidad y proclaman sin vehemencia sus razones, objetivos o reivindicaciones internas.
La presencia de la mujer en el Camino no es un fenómeno nuevo. Desde la antigüedad, santas, reinas, nobles, enfermeras, y hasta mujeres al frente de Cofradías, han desfilado por él. Una de las primeras peregrinas fue Gilberga de Flandes (o Gerberga de Flandes). Peregrinó de Roma a Santiago llevando consigo nada menos que el manuscrito original del Codex Calistinus –la guía medieval que nos indica el Camino a seguir–. Acompañaba al celebérrimo Aymeric Picaud, monje del siglo XII autor de la obra, pero casi nadie tiene certeza de quien era en realidad esta pionera del peregrinaje a Santiago.
Lo cierto es que la mujer viene desoyendo desde antiguo las advertencias sobre los peligros que la acechan por el hecho de desplazarse sola y lleva siglos arrastrando sus largas faldas por lugares remotos. Desde que Egeria, la primera viajera documentada de la Historia, demostrara en el siglo IV que una europea podía aventurarse por Tierra Santa y salir con vida del envite, muchas otras mujeres fueron dando sentido y bandera a una forma de rebeldía interior y con su bolsa colgada al hombro, o sus baúles a cuestas, salieron a la luz y al calor de otras latitudes impulsadas por la fuerza de su fe. Otra de las pioneras en sentir la llamada del Camino fue una tal Bona de Pisa. A finales del siglo XII tras viajar como Palmera a Jerusalén y hacer una incursión en Roma, fue peregrina a Santiago y parece ser que hizo como guía de grupos de peregrinos. Sus relatos narrando sus aventuras viajeras, han adquirido la categoría de legendarios y dejaron muy claro que la experiencia mereció la pena.
Realizar un viaje de peregrinación hasta hace no mucho, suponía ausentarse de casa durante meses o años. No se tenía la certeza del regreso y la costumbre era hacer testamento. Durante siglos, los que practicaban la fe cristiana tenían por tradición peregrinar a los Santos Lugares pero durante la Edad Media, Jerusalén había sido conquistada por los árabes por lo que los caminos de fe, conducían inexorablemente a Santiago de Compostela o a Roma, ombligos espirituales de la época. Aún así, lo que el peregrino iba a encontrar en los agrestes parajes del Camino, lo convertía en una experiencia de alto riesgo. De hecho, hubo ciudades en la Edad Media que permitieron cambiar la pena de muerte tras un homicidio por la peregrinación a Santiago de Compostela. Era muy probable que el delincuente muriera durante su peregrinación, pero de regresar con vida, se consideraba que aquel hombre no era el mismo que el que partió, y se permitía de nuevo su reinserción a la sociedad.
Falsos peregrinos dispuestos a asaltar y robar, el riesgo de sufrir congelación, los ataques de los lobos, el contagio de enfermedades infecciosas e incluso la falta de agua potable, –que, durante la Edad Media produjo la muerte por envenenamiento de no pocos peregrinos y caballos–, hacían de este viaje una arriesgada aventura que no todo el mundo, por mucha fe que tuviera, estaba dispuesto a correr. Además, el viaje discurría por distintos reinos, con distintas monedas, y el simple hecho de cambiar, era de por si toda una aventura.
La picaresca estaba a la orden del día. Las posadas no eran demasiado recomendables, –con frecuencia servían de tapadera a la prostitución– los posaderos solían estafar a los viajeros con toneles de doble fondo, y los barqueros cobraban precios abusivos por cruzar un río, o bien su codicia los llevaba a llenar con demasiada gente sus precarias embarcaciones, lo que motivó que no pocos peregrinos perecieran ahogados.
Aún así, la leyenda del Santo, la belleza de los parajes del norte de España, o la fuerza de la fe, arrastraron a no pocas peregrinas que en mas de una ocasión pusieron su granito de arena para mejorar las infraestructuras y las comunicaciones de esta ruta. Isabel de Portugal, nieta de Federico II y de Jaime el Conquistador, que lo realizó en dos ocasiones, quedó tan impactada por la dura experiencia que destinó una importante suma a los centros asistenciales por los que había pasado en 1325 rumbo a Santiago. Además estableció, en su Libro de Horas, que abril y septiembre eran los mejores meses para el peregrino porque partía con buen tiempo y regresaba antes de la vendimia y de los primeros fríos. En cuanto a Isabel la Católica, alzó los hospitales de Ponferrada y Santiago y a la esposa de Sancho el Mayor, se debe la construcción del puente de la localidad de Puente la Reina. Los ejemplos son incontables: la iglesia del Santo Sepulcro de León, levantada para sepultura de caminantes, el hospital de Nájera, o el hospital de Caldas de Rainha o el de Sandoval, fueron construidos gracias a las con las donaciones de reinas y nobles damas que recorrieron el Camino.
Las historias hablan por si mismas, avanzan y retroceden en el tiempo, suben y bajan de intensidad, pero siempre tienen un contrapunto de generosidad, de privación, de amor y de fe. Y una gran parte de ellas hablan también de situaciones extremas que no siempre tienen un final feliz. El caso de Santa Orosia, patrona de Jaca, es célebre porque su aventura acabó trágicamente. Orosia era una princesa procedente de Aquitania que llegó a aquellas montañas acompañada de un numeroso séquito camino de Toledo, donde estaba destinada a casarse con un príncipe godo. La comitiva principesca, al pasar por los montes cercanos a la localidad de Yebra, tuvo la desgracia de caer en una emboscada tendida por una numerosa partida de musulmanes que los hizo prisioneros. Aben Lupo, cabecilla de aquella partida requirió los amores de la princesa cristiana pero fue rechazado una y otra vez por Orosia, que sentía sobre todo la incompatibilidad de su fé con las creencias de aquel moro que pretendía convertirla al islamismo y casarse con ella. El enamorado caudillo echó mano de todos sus trucos para convencerla y ante sus firmes negativas, no encontró otra solución que intentar convencerla recurriendo al miedo. Llegado el momento, hizo degollar al tío y al hermano de la princesa, y al no conseguir su objetivo la hizo decapitar junto a los demás miembros de su comitiva y arrojó sus cuerpos a una sima cercana.
Los peregrinos de hoy en día se sirven de las señales amarillas pintadas a lo largo de la ruta, de los consejos de otros caminantes, o hasta del Gps, para llegar a su destino. Pero hace trescientos o cuatrocientos años, las cosas eran bien distintas y la intuición, el sentido de orientación o la buena suerte eran los elementos con los que se contaba para llegar a buen puerto. Estaban también los “Faros” terrestres que indicaban desde la lejanía una ubicación, faros, en forma de campanario alumbrado. También ayudaban el tañer de las campanas y las grandes hogueras en las plazas de los pueblos, que sirvieron durante siglos para guiar a quienes les sorprendía la noche antes de alcanzar su destino. Pero la mujer ha sido desde antiguo una experta en el arte de sobrevivir. Lo tuvo que aprender a lo largo de su dilatado paso por este mundo sin necesidad de poner un pie mas allá del umbral de su propio hogar. Ha sobrevivido a la hambruna, a la fuerza física, al miedo, a las privaciones, al clima, y también a la soledad, y este último ingrediente ha sido muchas veces el elemento que mas la ha fortalecido. Una de las que pensaban que el distanciamiento y la incomunicación era lo que convertía un destino en edén, fue Ingrid de Skánninge. Debía ser una mujer muy segura de si misma y una entusiasta de la aventura porque tras enviudar, dedicó todos sus bienes a obras de caridad y tras una peregrinación a Tierra Santa en 1282, fundó el primer convento de dominicas de su tierra. Esta beata nieta del rey de Suecia, viajó a Roma para pedir la bendición del Papa, tras lo cual recorrió el Camino de Santiago afrontando los peligros que entrañaba el viaje.
De haberse conocido, Ingrid de Skánninge y la reina Brígida de Suecia, habrían tenido muchas cosas de las que hablar. Descrita por los historiadores como peregrina, política, mística y escritora, tras recorrer Alemania, Chipre, Italia, Noruega y hacer una peregrinación a Tierra Santa, realizó el Camino en 1341. Esta reina que enviudó también, hizo lo mismo que Ingrid de Skánninge: donar sus bienes a los pobres. Declarada santa por la Iglesia Católica en 1391, es además la santa patrona de Suecia, una de las patronas de Europa y de las viudas.
Lo cierto es que cuando los pies se ponen en marcha con voluntad propia, a veces es difícil pararlos y hubo no pocas reinas y nobles “amantes de la aventura” dispuestas a demostrarlo, aunque para algunas de ellas la fe fuera la excusa para lanzarse a recorrer mundo. Fue el caso de la hija de Enrique I de Inglaterra, que tras la muerte de su esposo Enrique V, emperador de Alemania, se embarcó en este peregrinaje hacia Compostela. Otras reinas y nobles la siguieron: Cristina de Noruega, la duquesa de Lancaster, la condesa alemana Richardis, Sofía de Holanda, Teresa de Coimbra, la inglesa Elizabeth Scales... y así un largo etcétera hasta nuestra actual reina, peregrina por el Camino de Santiago.
Desconectadas de sus mundos, aisladas, doloridas,… las mujeres han seguido expandiendo sus alas a lo largo del Camino, poniendo de manifiesto cuanta razón tenía Antonio Machado al afirmar: “Caminante no hay camino… se hace camino al andar”.
La palabra “peregrino”, que deriva de la latina peregri o «en el extranjero», designa a quien se adentra en tierras extrañas en busca del cambio interior. Se peregrina, se camina para llegar “más allá” de uno mismo, no sólo física sino también espiritualmente. Por ello, desde muy antiguo, enterrar a lo largo de los caminos ha sido la manera de expresar la creencia en la otra vida. Esta es una costumbre antiquísima, común a muchas religiones, pero en el caso cristiano la peregrinación tiene algunos matices: en vez de colocar los muertos a lo largo del camino, en el caso de Santiago de Compostela es el sepulcro del santo el que genera el camino. A partir de aquí, el sepulcro de Santiago ha atraído a decenas de miles de peregrinos y peregrinas de todo el mundo.
Ya desde la antigüedad, el grito común a todos los peregrinos con el que se daba la orden de partida en cada etapa o se animaba a los desfallecidos, era ¡ultreia!, algo así como el ¡adelante! o el plus ultra como grito de combate o avanzada. Desde la instauración de esta costumbre, muchas mujeres emprendieron el camino al grito de !ultreia!, dejando después testimonio de sus aventuras.
Lejos de lo que se cree, el Camino es mas transitado por mujeres que por hombres. Quizás la razón radica en su capacidad de provocar una transformación interna, en propiciar ese viaje interior, al que la mujer suele ser mas proclive cuando experimenta un cambio de escenario. Muchas de las mujeres que lo realizan, son impulsadas por promesas, búsqueda de respuestas interiores, la necesidad de capturar un poco de magia durante esa experiencia que les pone en contacto directo con la naturaleza y cambia su modo de pensar, su opinión sobre ellas mismas, o les hace olvidar o al menos superar, algunas cuentas pendientes con su vida. “Tenía la sensación de un desierto de tiempo, de miedo ante la nada. Tomaba garantías para no sentirme sola, para no tener que enfrentarme a mí misma, o simplemente para convivir conmigo sin ayuda exterior” (Castillo Cuberos, peregrina por el camino de Santiago). Recogemos sus palabras sencillas y luminosas en los diarios que han dejado, y a medida que descubrimos el precio físico y psicológico que pagan, leemos sus relatos como si fueren una especie de homenaje a ellas mismas. Mujeres que escapan de las comodidades y la rutina de sus vidas cotidianas para lanzarse en brazos de lo inesperado, que enfrentan unas dificultades y situaciones desconocidas pero que sostienen firme la bandera de su tenacidad y proclaman sin vehemencia sus razones, objetivos o reivindicaciones internas.
La presencia de la mujer en el Camino no es un fenómeno nuevo. Desde la antigüedad, santas, reinas, nobles, enfermeras, y hasta mujeres al frente de Cofradías, han desfilado por él. Una de las primeras peregrinas fue Gilberga de Flandes (o Gerberga de Flandes). Peregrinó de Roma a Santiago llevando consigo nada menos que el manuscrito original del Codex Calistinus –la guía medieval que nos indica el Camino a seguir–. Acompañaba al celebérrimo Aymeric Picaud, monje del siglo XII autor de la obra, pero casi nadie tiene certeza de quien era en realidad esta pionera del peregrinaje a Santiago.
Lo cierto es que la mujer viene desoyendo desde antiguo las advertencias sobre los peligros que la acechan por el hecho de desplazarse sola y lleva siglos arrastrando sus largas faldas por lugares remotos. Desde que Egeria, la primera viajera documentada de la Historia, demostrara en el siglo IV que una europea podía aventurarse por Tierra Santa y salir con vida del envite, muchas otras mujeres fueron dando sentido y bandera a una forma de rebeldía interior y con su bolsa colgada al hombro, o sus baúles a cuestas, salieron a la luz y al calor de otras latitudes impulsadas por la fuerza de su fe. Otra de las pioneras en sentir la llamada del Camino fue una tal Bona de Pisa. A finales del siglo XII tras viajar como Palmera a Jerusalén y hacer una incursión en Roma, fue peregrina a Santiago y parece ser que hizo como guía de grupos de peregrinos. Sus relatos narrando sus aventuras viajeras, han adquirido la categoría de legendarios y dejaron muy claro que la experiencia mereció la pena.
Realizar un viaje de peregrinación hasta hace no mucho, suponía ausentarse de casa durante meses o años. No se tenía la certeza del regreso y la costumbre era hacer testamento. Durante siglos, los que practicaban la fe cristiana tenían por tradición peregrinar a los Santos Lugares pero durante la Edad Media, Jerusalén había sido conquistada por los árabes por lo que los caminos de fe, conducían inexorablemente a Santiago de Compostela o a Roma, ombligos espirituales de la época. Aún así, lo que el peregrino iba a encontrar en los agrestes parajes del Camino, lo convertía en una experiencia de alto riesgo. De hecho, hubo ciudades en la Edad Media que permitieron cambiar la pena de muerte tras un homicidio por la peregrinación a Santiago de Compostela. Era muy probable que el delincuente muriera durante su peregrinación, pero de regresar con vida, se consideraba que aquel hombre no era el mismo que el que partió, y se permitía de nuevo su reinserción a la sociedad.
Falsos peregrinos dispuestos a asaltar y robar, el riesgo de sufrir congelación, los ataques de los lobos, el contagio de enfermedades infecciosas e incluso la falta de agua potable, –que, durante la Edad Media produjo la muerte por envenenamiento de no pocos peregrinos y caballos–, hacían de este viaje una arriesgada aventura que no todo el mundo, por mucha fe que tuviera, estaba dispuesto a correr. Además, el viaje discurría por distintos reinos, con distintas monedas, y el simple hecho de cambiar, era de por si toda una aventura.
La picaresca estaba a la orden del día. Las posadas no eran demasiado recomendables, –con frecuencia servían de tapadera a la prostitución– los posaderos solían estafar a los viajeros con toneles de doble fondo, y los barqueros cobraban precios abusivos por cruzar un río, o bien su codicia los llevaba a llenar con demasiada gente sus precarias embarcaciones, lo que motivó que no pocos peregrinos perecieran ahogados.
Aún así, la leyenda del Santo, la belleza de los parajes del norte de España, o la fuerza de la fe, arrastraron a no pocas peregrinas que en mas de una ocasión pusieron su granito de arena para mejorar las infraestructuras y las comunicaciones de esta ruta. Isabel de Portugal, nieta de Federico II y de Jaime el Conquistador, que lo realizó en dos ocasiones, quedó tan impactada por la dura experiencia que destinó una importante suma a los centros asistenciales por los que había pasado en 1325 rumbo a Santiago. Además estableció, en su Libro de Horas, que abril y septiembre eran los mejores meses para el peregrino porque partía con buen tiempo y regresaba antes de la vendimia y de los primeros fríos. En cuanto a Isabel la Católica, alzó los hospitales de Ponferrada y Santiago y a la esposa de Sancho el Mayor, se debe la construcción del puente de la localidad de Puente la Reina. Los ejemplos son incontables: la iglesia del Santo Sepulcro de León, levantada para sepultura de caminantes, el hospital de Nájera, o el hospital de Caldas de Rainha o el de Sandoval, fueron construidos gracias a las con las donaciones de reinas y nobles damas que recorrieron el Camino.
Las historias hablan por si mismas, avanzan y retroceden en el tiempo, suben y bajan de intensidad, pero siempre tienen un contrapunto de generosidad, de privación, de amor y de fe. Y una gran parte de ellas hablan también de situaciones extremas que no siempre tienen un final feliz. El caso de Santa Orosia, patrona de Jaca, es célebre porque su aventura acabó trágicamente. Orosia era una princesa procedente de Aquitania que llegó a aquellas montañas acompañada de un numeroso séquito camino de Toledo, donde estaba destinada a casarse con un príncipe godo. La comitiva principesca, al pasar por los montes cercanos a la localidad de Yebra, tuvo la desgracia de caer en una emboscada tendida por una numerosa partida de musulmanes que los hizo prisioneros. Aben Lupo, cabecilla de aquella partida requirió los amores de la princesa cristiana pero fue rechazado una y otra vez por Orosia, que sentía sobre todo la incompatibilidad de su fé con las creencias de aquel moro que pretendía convertirla al islamismo y casarse con ella. El enamorado caudillo echó mano de todos sus trucos para convencerla y ante sus firmes negativas, no encontró otra solución que intentar convencerla recurriendo al miedo. Llegado el momento, hizo degollar al tío y al hermano de la princesa, y al no conseguir su objetivo la hizo decapitar junto a los demás miembros de su comitiva y arrojó sus cuerpos a una sima cercana.
Los peregrinos de hoy en día se sirven de las señales amarillas pintadas a lo largo de la ruta, de los consejos de otros caminantes, o hasta del Gps, para llegar a su destino. Pero hace trescientos o cuatrocientos años, las cosas eran bien distintas y la intuición, el sentido de orientación o la buena suerte eran los elementos con los que se contaba para llegar a buen puerto. Estaban también los “Faros” terrestres que indicaban desde la lejanía una ubicación, faros, en forma de campanario alumbrado. También ayudaban el tañer de las campanas y las grandes hogueras en las plazas de los pueblos, que sirvieron durante siglos para guiar a quienes les sorprendía la noche antes de alcanzar su destino. Pero la mujer ha sido desde antiguo una experta en el arte de sobrevivir. Lo tuvo que aprender a lo largo de su dilatado paso por este mundo sin necesidad de poner un pie mas allá del umbral de su propio hogar. Ha sobrevivido a la hambruna, a la fuerza física, al miedo, a las privaciones, al clima, y también a la soledad, y este último ingrediente ha sido muchas veces el elemento que mas la ha fortalecido. Una de las que pensaban que el distanciamiento y la incomunicación era lo que convertía un destino en edén, fue Ingrid de Skánninge. Debía ser una mujer muy segura de si misma y una entusiasta de la aventura porque tras enviudar, dedicó todos sus bienes a obras de caridad y tras una peregrinación a Tierra Santa en 1282, fundó el primer convento de dominicas de su tierra. Esta beata nieta del rey de Suecia, viajó a Roma para pedir la bendición del Papa, tras lo cual recorrió el Camino de Santiago afrontando los peligros que entrañaba el viaje.
De haberse conocido, Ingrid de Skánninge y la reina Brígida de Suecia, habrían tenido muchas cosas de las que hablar. Descrita por los historiadores como peregrina, política, mística y escritora, tras recorrer Alemania, Chipre, Italia, Noruega y hacer una peregrinación a Tierra Santa, realizó el Camino en 1341. Esta reina que enviudó también, hizo lo mismo que Ingrid de Skánninge: donar sus bienes a los pobres. Declarada santa por la Iglesia Católica en 1391, es además la santa patrona de Suecia, una de las patronas de Europa y de las viudas.
Lo cierto es que cuando los pies se ponen en marcha con voluntad propia, a veces es difícil pararlos y hubo no pocas reinas y nobles “amantes de la aventura” dispuestas a demostrarlo, aunque para algunas de ellas la fe fuera la excusa para lanzarse a recorrer mundo. Fue el caso de la hija de Enrique I de Inglaterra, que tras la muerte de su esposo Enrique V, emperador de Alemania, se embarcó en este peregrinaje hacia Compostela. Otras reinas y nobles la siguieron: Cristina de Noruega, la duquesa de Lancaster, la condesa alemana Richardis, Sofía de Holanda, Teresa de Coimbra, la inglesa Elizabeth Scales... y así un largo etcétera hasta nuestra actual reina, peregrina por el Camino de Santiago.
Desconectadas de sus mundos, aisladas, doloridas,… las mujeres han seguido expandiendo sus alas a lo largo del Camino, poniendo de manifiesto cuanta razón tenía Antonio Machado al afirmar: “Caminante no hay camino… se hace camino al andar”.