Cómo comportarse en el Camino de Santiago
Publicado por Unknown , lunes, 17 de marzo de 2014 5:52
Lo bueno del Camino de Santiago es que lo hace gente como tú y como yo,
que lo más cerca que están del deporte es cuando lo de los propósitos de
Año Nuevo. Si eres de los andarines, ya sabes que hay rutas más
bonitas. Aquí se viene por la cosa cultural, el Apóstol, Paulo Coelho o
los garbanzos con callos del menú del peregrino. Y es por eso que al
final de la jornada los alrededores del albergue parecen una película de
zombies: guiris quemados y despellejados que recorren pueblos
semiabandonados con pasos lentos y erráticos. Y con una idea simple en
la cabeza, del tipo ¿quién me mandaría a mí?
- Texto:Rafael de Rojas
La mochila se sujeta con la cintura, como el hulahop. Sólo hay un secreto para elegir la mochila y es probarla colgándosela de la cintura y no de los hombros. Si se mantiene tiesa, enhorabuena, ya la tienes. Al principio saldrás muy ufano con ella de casa (la primera media hora), luego la odiarás a muerte, luego considerarás ir vaciándola como Pulgarcito aún a costa de quedarte con un solo par de calzones para todo el Camino. Y al final, no me lo vas a creer, se convierte en parte de ti y puedes mantener conversaciones con la gente rústica sin acordarte de que la llevas a la espalda. La sensación es la de que has ganado unos kilitos.
Dar la chapa preventiva. Mientras que en todos los demás viajes te socializas sabiendo de fútbol, aquí para arrancar el equivalente a una conversación de ascensor tienes que saber al menos quién es Paulo Coelho. Son muchas horas, las conversaciones son largas y más que te lo van a parecer. En medio del páramo castellano esto se convierte en una cuestión de supervivencia básica: o das tú la chapa o te la dan.
Calentones. Recuerdo una pulpería de Galicia en la que dos peregrinos se pusieron eso, pulpos, y acabaron yendo al baño a no hacer nada de lo que se hace en un baño. La otra chica que nos acompañaba en la mesa se quiso ir. “Mujer, si no se ha dado cuenta nadie”, susurré. Los de la mesa de al lado contestaron “creo que sí, que nos hemos dado cuenta todos” a lo que el camarero añadió “si queréis os pongo unos chupitos en lo que terminan”. Los calentones existen, pero mejor que te pillen en el campo.
Gente gregaria. En una comida cualquiera en un albergue cualquiera alrededor de la piscina (que las hay) en cada mesa hay un grupo diferente. Seminaristas, iluminados, guiris de paella y encierro, guiris rastas, ciclistas que se sacan las marcas (deportivas) y las comparan, los del botellón, las amas de casa cantarinas, los pobres de pedir… Hay un grupo para ti aunque seas de otro planeta.
Ciudades grandes y pequeñas. A los peregrinos les gusta el campo y las ciudades pequeñas. Bueno, que te haces. Luego entras en León y te parece Las Vegas y te asustas y ya entiendes para siempre a los señores que llegan a Madrid con la gallina y la cesta.
Peso de más. El peso de más es la pesadilla del novato. Para cuando llegue el momento en que te das cuenta hay alternativas: enviarlo por correo –carísimo-, tirarlo -da penica, sobre todo si cogiste tus mejores galas por si las peregrinas- o llamar a un amigo para que lo venga a buscar, lo más barato. La otra opción es pensárselo mucho al preparar el petate, pero quién tiene tiempo para pensar. Al final nunca estás seguro de qué puedes ahorrarte. Yo cambié una linterna estupenda por una vela para ahorrarme unos gramos. Luego me di cuenta de que en la oscuridad tenía que encontrar la vela y el chisquero y que lo único que iluminaba era mi cara, que daba bastante miedo cuando vagaba por el albergue más bien a tientas buscando el baño.
Ligar en el Camino. Estoy bastante seguro de que los que hacen tai chi en los alrededores del albergue se inventan las posturas. Y de que nadie arrastra una guitarra durante 500 kilómetros por amor a la música.
Peregrinos a caballo y en bici. Son los enemigos naturales del peregrino a pie: aportan fundamentalmente atropellos y boñigas en los caminos. Los caballistas, además, siempre parece que vienen del Rocío.
Para qué sirve un bastón. Los usos clásicos de los largos bastones medievales eran defenderse de los animales salvajes, coger las frutas altas, vadear ríos… Los extensibles que venden ahora, en cambio, no sirven para nada. Yo aprendí todo lo que sé de majorettismo con el mío.
Los albergues. Hay que ver lo que cambia la gente después de unos ronquiditos de nada. Al acostarte te miraban con arrobo y buen rollito y por la mañana tienen los ojos inyectados en sangre. A mí casi me tiran de la litera el par de noches que estuve especialmente inspirado con el concierto. Si ves que hace un poco de viento durante el día, despechúgate: un constipado te será muy útil para las aromáticas noches de los albergues.