Lo característico de la peregrinación a Santiago

Publicado por Unknown , jueves, 7 de noviembre de 2013 4:22

Lo característico de la peregrinación a Santiago


Quizá como ninguna, la peregrinación a Santiago fue superponiendo a sus características esenciales todo un conjunto de elementos externos, más o menos folklóricos, que fueron tomando cuerpo con el transcurrir de los años y llegaron a ocultar, como tantas veces en España, la realidad subyacente. Estos elementos caracterizaban al peregrino jacobeo de manera inequívoca, tanto durante la peregrinación como después de ella, constituyendo a manera de trofeos o recuerdos de campaña. Al igual que en la milicia, el peregrino se distinguía de los demás mortales por su indumentaria y arreos, por las canciones propias de su condición con que se desahogaba en su duro itinerar y por las leyendas y tradiciones con que aderezaba la empresa. Todo ello se conservaba amorosamente tras la peregrinación y se transmitía a los hijos de generación en generación.
En lo referente al vestuario, digamos que al principio los peregrinos se limitaron a utilizar prendas y calzado meramente utilitarios. Pero con el tiempo estas prendas dejaron de evolucionar, se mantuvieron iguales a sí mismas y llegaron a convertirse en características de los peregrinos jacobeos. Incluso al propio Santiago se le empezó a representar con tal indumentaria. Este indumento se componía de un sombrero de alas anchas, redondeadas y recogidas para protegerse del sol y la lluvia; amplio abrigo con esclavina; calzado fuerte, propio para jornadas largas y caminos detestables; bordón, largo y grueso palo terminado en una contera metálica, para ayudarse en los pasos difíciles y, eventualmente, ahuyentar animales poco amistosos; el zurrón, para transportar las vituallas; la escarcela, también llamada esportilla o pera, que era la bolsa para el dinero; y la calabaza, que hacía funciones de cantimplora y solía llevarse colgada de un gancho del bordón. Todo esto era inminentemente utilitario. Sin embargo, lo más característico de la indumentaria jacobea ha sido, desde el siglo XI, un accesorio, la venera, vieira, concha o zamburiña (pectum Jacobeus, en argot científico), que los peregrinos adquirían al llegar a Santiago (las autoridades eclesiásticas llegaron a reservarse el control de su venta) y era como el trofeo que demostraba que habían conseguido su objetivo. Solían colocársela, a veces en gran número, en el ala del sombrero, en la esclavina y hasta en la escarcela. Seguramente es el primer souvenir de la historia. Donde se vea una venera se está aludiendo a Santiago y a las peregrinaciones a su tumba. Actualmente, todo el Camino está jalonado por unas cartelas azules con las doce estrellas de la Comunidad Europea y una venera muy estilizada.
Otro de los elementos más populares de las peregrinaciones jacobeas durante la Edad Media, lo constituye el cancionero nacido con este motivo y que, como en las demás manifestaciones del arte, es una estupenda muestra de simbiosis de diversos estilos e inspiraciones que tuvo lugar en las calzadas jacobeas. Los peregrinos cantaban. Mucho. Bien o mal. Pero cantaban. Y sus canciones, junto con el arte románico, son uno de los más ricos legados culturales y artísticos que han transmitido a las generaciones posteriores. Se han recopilado e incluso publicado numerosos cancioneros de peregrinación (el principio ya en el siglo XII, en el Codex Calixtinus, reproducido hoy en disco) en los que aparecen los ejemplos para más de una voz que se conocen en la Península: los discantos. La más popular, con mucho, de todas aquellas canciones es, sin duda, el canto de Ultreya, verdadero himno oficial de los peregrinos de todas las épocas y de todas las nacionalidades y que, en sus bárbaras estrofas en latín macarrónico, dice:
Dum Paterfamilias
Rex Universorum
Donaret provincias
Jus apostolorum Jacobus Hispanias
Lux Ilustrat morum
Primus ex Apostolis
Mártir Jerosolimis
Jacobus egregio
Sacer est maryrio
¡Herru Sanctiagu!
¡Grot Sanctiagu!
¡E ultreia e sus-eia!
¡Deus adiuva nos!
“Cuando el Padre de familia / Rey del universo / repartió las naciones entre los Apóstoles / dio las Españas a Santiago / luz que ilumina el mundo. / Primero entre los Apóstoles / martirizado en Jerusalén / el egregio Santiago / se consagró por el martirio./ ¡Señor Santiago! / ¡Dios Santiago! / ¡Y más allá, ea! / ¡Y más arriba, ea! ¡Dios ayudanos!”
Junto con las canciones, el otro aderezo tradicional de las peregrinaciones ha sido el conjunto de leyendas y milagros que, transmitidos de voz en voz, servían para llenar las veladas y enfervorizar al caminante, formando una especie de mágica aureola alrededor del Apóstol y su sepulcro. El tema central de casi todos ellos es la protección milagrosa dispensada por Santiago al peregrino en apuros, como el encerrado en una torre y liberado al estilo de san Pedro o el acusado falsamente de robo. En los primeros siglos de las peregrinaciones, y sobre todo entre los franceses, alcanzó gran popularidad una serie de leyendas en las que se mezcla en todo este asunto a Carlomagno, sus pares y esforzados guerreros, haciendo tanto hincapié en el de la barba florida que llega incluso a eclipsar al propio Santiago. En el Códex Calixtinus se recoge un nutrido repertorio de ellas.
En los referente a las tradiciones, digamos que raro será el lugar del Camino o sus variantes que no esté asociado a algún determinado rito o costumbre, escrupulosamente cumplido por los peregrinos siglo tras siglo. En llegando a la catedral compostelana, el número de estos ritos tradicionales formaba legión y se requería la docta ilustración de los sacristanes y clérigos para poder cumplir con todos ellos. Algunos se mantienen aún, como el coscorrón que se da a los niños contra la pétrea cabeza del santo dos croques (el Maestro Mateo) para que se les abran las entendederas; la costumbre de introducir los dedos de la mano en ciertas oquedades del parteluz del Pórtico de la Gloria o la apreta, abrazo dado a la imagen de Santiago que preside la capilla Mayor. A este respecto cuenta Bottineau, en su libro Les chemins de Saint – Jacques: “Por fin subían (los peregrinos) detrás de la estatua de Santiago que hay en la capilla mayor; allí, para librarse cómodamente a las devociones que les inspiraba su piedad y que podían llegar hasta el abrazo de la imagen de Santiago, se desembarazaban del sombrero y lo colocaban provisionalmente... sobre la cabeza de la estatua. Es por lo menos lo que asegura el autor de El viaje de Cosme de Medicis, a mediados del siglo XVII. De lejos y visto desde la nave, el Apóstol adquiría un aspecto grotesco pues, sentado y ricamente ornamentado, cambiaba sin cesar de sombrero y agitaba unos brazos que no le pertenecían, a medida que desfilaban los peregrinos ávidos de abrazarle, pero cuidando que fuese a su comodidad...”.

( cortesía de J.A. Campo)